Solidaridad, altruismo y generosidad, motores del cambio

El individualismo imperante cede terreno frente a la solidaridad, el altruismo y la generosidad. Pero no bajemos la guardia, pues estos valores necesitan un marco adecuado para seguir avanzando.

Desde mediados del siglo pasado, el individualismo está instalado en nuestra sociedad como una forma de vida, como conducta suprema. Para Gilles Lipovetsky (Los tiempos hipermodernos), el fenómeno nace al extenderse “a todas las capas sociales el gusto por las novedades, la promoción de lo superfluo y lo frívolo, el culto al desarrollo personal y al bienestar, suma y compendio de la ideología individualista”.

Sin embargo, en la actualidad asistimos a un renacimiento de los comportamientos altruistas en defensa de los menos favorecidos y el bien común. Desde organizaciones que mueven presupuestos millonarios hasta individuos que colaboran como voluntarios en diversas causas, esta corriente está formada por una miríada de iniciativas a lo largo y ancho del planeta. Es un movimiento global sin nombre ni líderes, de enormes proporciones pero ampliamente ignorado por los poderes públicos y los medios. Y no obstante, al tratarse de un movimiento espontáneo, creativo y que surge de las necesidades reales de la gente, es una poderosa herramienta de transformación y cambio.

Entonces, ¿qué podemos hacer para fomentar las conductas altruistas y solidarias? Las últimas investigaciones destierran el mito de que el hombre es egoísta por naturaleza. No existe un “gen egoísta” que nos impulse siempre a buscar el máximo beneficio, y en cambio sí hay indicios de un altruismo innato. Jorge Riechmann, en La habitación de Pascal, señala que los humanos “compartimos nociones profundamente arraigadas sobre la equidad, nociones que comprenden tanto la reciprocidad como la generosidad”. Pero subraya también la importancia del entorno: “la inclinación hacia el altruismo o el egoísmo no es en absoluto algo intrínseco de las personas. Depende de forma crucial de una serie de condicionamientos sociales: las reglas, normativas, normas culturales y expectativas, el propio gobierno y todas las instituciones que limitan y en las que se enmarca el mundo social”.

Debemos, por tanto, crear un marco que fomente comportamientos desinteresados, encaminados al bien común, para crear sociedades más justas y solidarias. Esta tarea, esencialmente educativa, se sostiene sobre dos pilares: la responsabilidad (me preocupa lo que le ocurre a mis semejantes y a mi entorno, y actúo en consecuencia) y la cooperación (que debe primar sobre la competitividad, principal causante del individualismo). Abonemos el terreno en el que ya han germinado el altruismo, la generosidad y la solidaridad, fuentes inagotables de energía limpia y renovable para la construcción de un mundo mejor.

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